El día 10 de diciembre del año 1750, una vez que la cofradía de María Santísima de Araceli "sita en el Santuario de la Sierra de Aras, extramuros de esta Ciudad, tenía adquiridas muchas porciones de maravedíes por razón de limosna, que estas componían hasta la cantidad de 5.000 reales, el entonces capellán don Manuel Gutiérrez de Cuenca adquirió una casa que tenía en venta doña Ana Sánchez de Armellón, en la calle del Maquedano, de esta ciudad, para que sirvan de havitazión y ospedaje al susodicho capellán y demás capellanes que en adelante fueren de dicho Santuario, y de los hermanos sirvientes de él, y del que continuamente se halla en esta Ciudad pidiendo limosnas para el culto de la Soberana Imagen y manutención de estos, y se excusen de pagar las cantidades de maravedíes que por razón de renta pagan anualmente de unas casas que tienen arrendadas para este efecto."
De este modo, simplemente con el objeto de tener un domicilio en la ciudad de Lucena y ahorrar el alquiler que hasta entonces se pagaba, justamente en la mitad del siglo XVIII, se incorporaba al patrimonio aracelitano un edificio que, con una ampliación mediante compra de una cochera por 1.000 reales al conde de las Navas, el 1 de octubre de 1803, y una posterior remodelación en 1808, de la que se conserva la portada y las grandes puertas de encina de la entrada, constituiría lo que el pueblo lucentino denominó, y sigue nombrando, como "Casa de la Virgen".
A su utilidad, referida en la argumentación para justificar la compra, como hospedaje del capellán y de los hermanos sirvientes, conocidos popularmente y hasta casi nuestros días como "hermanacos", especialmente en las temporadas, algunas veces años, en que la imagen de la patrona permanecía en la ciudad por causas de epidemias, sequías u otras calamidades públicas, se unieron otras utilidades, verdaderamente curiosas.
En la Casa, por supuesto, se guardaron los enseres con que tan venerada imagen contaba para el exorno de su altar en sus dilatadas estancias en San Mateo, disponiendo para ello de una habitación y un mobiliario específicos, en el que se incluía un mueble para archivo de papeles, que se conserva, fechado en 1765.
Con una población rural importante en nuestro término, la Casa de la Virgen se convirtió en una referencia obligada para muchos. Cuando a los habitantes de los abundantes cortijos de nuestros campos les era preciso desplazarse a Lucena, tanto para realizar compras como para visitas al médico o con motivo de muy diferentes acontecimientos sociales: bautizos, bodas o entierros, aquella Casa fue siempre lugar de desinteresada acogida, de almacén provisional. Su gran sala baja, con un enorme poyo fuego dio cobijo mientras fue preciso a los que no tenían a dónde ir o donde reposar antes del regreso. Un donativo voluntario, depositado en un cepillo que se hallaba en su portal empedrado, fue el precio del hospedaje para personas y bestias durante casi dos siglos.
Contaba además la Casa con dos habitaciones en las que podían permanecer las mujeres encinta, y ya próximas al parto, que no querían enfrentarse con tan duro trance en la soledad de los cortijos. Allí alojadas, en la seguridad de la proximidad de una comadrona y de la asistencia de un médico, si era preciso, muchas lucentinas trajeron sus hijos al mundo, regresando a sus domicilios en el campo una vez que se sentían algo restablecidas.
El avance de los tiempos, con la extraordinaria facilidad de movimiento que proporcionan los modernos medios de transporte, y la despoblación casi absoluta de los campos, acabó, traspasado el siglo XX, con estos servicios de carácter social que prestaba la "Casa de la Virgen". Reducida a un mero, aunque pequeño (pese a las dimensiones) e inadecuado almacén de enseres propios del culto de la Virgen, absolutamente menguadas sus antaño cuantiosas limosnas en especie con que contribuían generosamente las gentes del campo, su vieja estructura arquitectónica se fue deteriorando de tal modo que su zona medianamente habitable se redujo a un par de habitaciones; en tanto que en torno a los dos grandes patios, lo que habían sido cuadras y pajares se iba hundiendo sin remedio. En la década de los ochenta podía considerarse aquella casa un edificio inútil e irrecuperable.
A mediados de 1987, se comenzó a pensar en dotar a la misma de un local social propio, que uniera a esta prestación, el de custodiar con toda la dignidad y seguridad posibles, el amplio conjunto de enseres y documentos que la devoción aracelitana de Lucena había acumulado durante siglos y que se hallaban dispersos en domicilios particules y conventos de nuestra localidad.
El edificio donde habría de ubicarse la sede de la multitudinaria archicofradía y el futuro museo no podía ser otro que la vieja Casa de la Virgen, en la calle Maquedano.
Encomendado el proyecto al arquitecto lucentino don Manuel Roldán del Valle, en los meses finales de este mismo año de 1987, quedó concluido. Si bien por el propio carácter del viejo edificio, de notable pobreza en sus materiales, no fue posible conservar más que la portada de piedra blanca, el arquitecto mantuvo en su diseño la tipología de la casa misma y de las casas lucentinas, colocando en su fachada pequeños frontones sobre los vanos, cerrados con rejas de forja, y adaptándola en su distribución interior a las necesidades que por la Archicofradía le fueron propuestas.
En diciembre del mismo año, las obras se hallaban ya en fase de culminación.
A partir de este momento se intensificó la labor de catalogación de objetos y enseres propios del culto de la Virgen, del abundantísimo conjunto bibliográfico e iconográfico aracelitano, a la recolección de gran cantidad de material documental disperso y a la ordenación de un importante archivo hasta entonces poco conocido. Sin olvidar que para la digna presentación de muchas piezas, se hizo necesaria una labor de restauración que ha permitido rescatar piezas pocos años antes condenadas a perderse sin remedio.
En función del material considerado expositivo, a finales de 1991, se cubrieron con vitrinas de gran formato todos los paramentos de la planta primera, realizándose el contrato de ejecución, a base de madera de alerce rojo. El rico conjunto de mantos y faldas antiguos de Nuestra Señora, la mayoría ya en absoluto desuso, muestras de exquisitos bordados y magníficas telas, que abarcan desde el siglo XVIII hasta el actual, quedaron instalados en la primera gran sala, complementada, además con distintos techos de palio, y otras muchas piezas menores, y la exposición de cuatro grandes blandones de metal plateado, fechados en 1864, y un bellísimo conjunto de candelería de madera tallada y dorada del primer tercio del siglo XIX.
El día 10 de diciembre del año 1750, una vez que la cofradía de María Santísima de Araceli "sita en el Santuario de la Sierra de Aras, extramuros de esta Ciudad, tenía adquiridas muchas porciones de maravedíes por razón de limosna, que estas componían hasta la cantidad de 5.000 reales, el entonces capellán don Manuel Gutiérrez de Cuenca adquirió una casa que tenía en venta doña Ana Sánchez de Armellón, en la calle del Maquedano, de esta ciudad, para que sirvan de havitazión y ospedaje al susodicho capellán y demás capellanes que en adelante fueren de dicho Santuario, y de los hermanos sirvientes de él, y del que continuamente se halla en esta Ciudad pidiendo limosnas para el culto de la Soberana Imagen y manutención de estos, y se excusen de pagar las cantidades de maravedíes que por razón de renta pagan anualmente de unas casas que tienen arrendadas para este efecto."
De este modo, simplemente con el objeto de tener un domicilio en la ciudad de Lucena y ahorrar el alquiler que hasta entonces se pagaba, justamente en la mitad del siglo XVIII, se incorporaba al patrimonio aracelitano un edificio que, con una ampliación mediante compra de una cochera por 1.000 reales al conde de las Navas, el 1 de octubre de 1803, y una posterior remodelación en 1808, de la que se conserva la portada y las grandes puertas de encina de la entrada, constituiría lo que el pueblo lucentino denominó, y sigue nombrando, como "Casa de la Virgen".
A su utilidad, referida en la argumentación para justificar la compra, como hospedaje del capellán y de los hermanos sirvientes, conocidos popularmente y hasta casi nuestros días como "hermanacos", especialmente en las temporadas, algunas veces años, en que la imagen de la patrona permanecía en la ciudad por causas de epidemias, sequías u otras calamidades públicas, se unieron otras utilidades, verdaderamente curiosas.
En la Casa, por supuesto, se guardaron los enseres con que tan venerada imagen contaba para el exorno de su altar en sus dilatadas estancias en San Mateo, disponiendo para ello de una habitación y un mobiliario específicos, en el que se incluía un mueble para archivo de papeles, que se conserva, fechado en 1765.
Con una población rural importante en nuestro término, la Casa de la Virgen se convirtió en una referencia obligada para muchos. Cuando a los habitantes de los abundantes cortijos de nuestros campos les era preciso desplazarse a Lucena, tanto para realizar compras como para visitas al médico o con motivo de muy diferentes acontecimientos sociales: bautizos, bodas o entierros, aquella Casa fue siempre lugar de desinteresada acogida, de almacén provisional. Su gran sala baja, con un enorme poyo fuego dio cobijo mientras fue preciso a los que no tenían a dónde ir o donde reposar antes del regreso. Un donativo voluntario, depositado en un cepillo que se hallaba en su portal empedrado, fue el precio del hospedaje para personas y bestias durante casi dos siglos.
Contaba además la Casa con dos habitaciones en las que podían permanecer las mujeres encinta, y ya próximas al parto, que no querían enfrentarse con tan duro trance en la soledad de los cortijos. Allí alojadas, en la seguridad de la proximidad de una comadrona y de la asistencia de un médico, si era preciso, muchas lucentinas trajeron sus hijos al mundo, regresando a sus domicilios en el campo una vez que se sentían algo restablecidas.
El avance de los tiempos, con la extraordinaria facilidad de movimiento que proporcionan los modernos medios de transporte, y la despoblación casi absoluta de los campos, acabó, traspasado el siglo XX, con estos servicios de carácter social que prestaba la "Casa de la Virgen". Reducida a un mero, aunque pequeño (pese a las dimensiones) e inadecuado almacén de enseres propios del culto de la Virgen, absolutamente menguadas sus antaño cuantiosas limosnas en especie con que contribuían generosamente las gentes del campo, su vieja estructura arquitectónica se fue deteriorando de tal modo que su zona medianamente habitable se redujo a un par de habitaciones; en tanto que en torno a los dos grandes patios, lo que habían sido cuadras y pajares se iba hundiendo sin remedio. En la década de los ochenta podía considerarse aquella casa un edificio inútil e irrecuperable.
A mediados de 1987, se comenzó a pensar en dotar a la misma de un local social propio, que uniera a esta prestación, el de custodiar con toda la dignidad y seguridad posibles, el amplio conjunto de enseres y documentos que la devoción aracelitana de Lucena había acumulado durante siglos y que se hallaban dispersos en domicilios particules y conventos de nuestra localidad.
El edificio donde habría de ubicarse la sede de la multitudinaria archicofradía y el futuro museo no podía ser otro que la vieja Casa de la Virgen, en la calle Maquedano.
Encomendado el proyecto al arquitecto lucentino don Manuel Roldán del Valle, en los meses finales de este mismo año de 1987, quedó concluido. Si bien por el propio carácter del viejo edificio, de notable pobreza en sus materiales, no fue posible conservar más que la portada de piedra blanca, el arquitecto mantuvo en su diseño la tipología de la casa misma y de las casas lucentinas, colocando en su fachada pequeños frontones sobre los vanos, cerrados con rejas de forja, y adaptándola en su distribución interior a las necesidades que por la Archicofradía le fueron propuestas.
En diciembre del mismo año, las obras se hallaban ya en fase de culminación.
A partir de este momento se intensificó la labor de catalogación de objetos y enseres propios del culto de la Virgen, del abundantísimo conjunto bibliográfico e iconográfico aracelitano, a la recolección de gran cantidad de material documental disperso y a la ordenación de un importante archivo hasta entonces poco conocido. Sin olvidar que para la digna presentación de muchas piezas, se hizo necesaria una labor de restauración que ha permitido rescatar piezas pocos años antes condenadas a perderse sin remedio.
En función del material considerado expositivo, a finales de 1991, se cubrieron con vitrinas de gran formato todos los paramentos de la planta primera, realizándose el contrato de ejecución, a base de madera de alerce rojo. El rico conjunto de mantos y faldas antiguos de Nuestra Señora, la mayoría ya en absoluto desuso, muestras de exquisitos bordados y magníficas telas, que abarcan desde el siglo XVIII hasta el actual, quedaron instalados en la primera gran sala, complementada, además con distintos techos de palio, y otras muchas piezas menores, y la exposición de cuatro grandes blandones de metal plateado, fechados en 1864, y un bellísimo conjunto de candelería de madera tallada y dorada del primer tercio del siglo XIX.